Comentario
El nuevo rey era nieto del anterior monarca y había recibido una educación esmerada de su madre, Augusta de Sajonia, y de su preceptor escocés J. Bute, adscrito al partido tory, quien no sólo le familiarizó con los asuntos de gobierno sino que le aconsejó aumentar las prerrogativas reales y cumplir con sus deberes políticos. Firmemente imbuido de esa idea, Jorge III, poco interesado por los problemas continentales (de hecho, nunca llegó a visitar Hannover), decide volcarse en los asuntos internos, reforzando el papel del ejecutivo, liberándolo de la tutela parlamentaria, y creando un nuevo partido -los Amigos del rey- al margen de los tradicionales, libre de lacras, que le sirviera de apoyo para romper la primacía whig en la vida política, restableciendo, de paso, la confianza en el sistema. En esta línea, mantiene el actual equipo a causa de la guerra; pero la intransigencia de Pitt y su beligerancia radical, declarando la guerra a España en 1761, provocan su caída, abriendo paso a la primera crisis de Gobierno, que se cierra con la salida de su presidente Newcastle.
Con el nombramiento de J. Bute (1761-1763) lord del Tesoro, se inician las conversaciones diplomáticas que culminan en el Tratado de París (1763), poniendo fin a la guerra y mostrando a Gran Bretaña como absoluta vencedora, por lo que su poderío será incuestionable en los territorios extraeuropeos y en el mundo colonial. A pesar de lo obtenido, Bute fue acusado de debilidad por los comerciantes ingleses, que ambicionaban la totalidad de las Antillas francesas, y comenzaron a desacreditar su gestión ante la opinión pública, desatando una ola de patriotismo y nacionalismo que impuso su destitución cuando, al querer imponer un gravamen sobre la sidra, se desató una ola de protestas ante medida tan impopular.
Ahora Jorge III designa a Grenville (1763-1765), cuñado de Pitt y protegido del duque de Bedford, uno de los Amigos del rey. Quiso, ante todo, reducir el déficit público y paliar las deudas contraídas en el anterior conflicto, elevando los impuestos a las colonias. La aplicación de la normativa sobre comercio colonial, persiguiendo el contrabando e incrementando las tasas aduaneras, traen consigo la aparición de un problema que llegaría a ser crucial para la pervivencia de la metrópoli. Es una época de gran agitación política; se vierten continuas críticas contra el Gobierno, surge el radicalismo inglés y la prensa se convierte en el principal instrumento de agitación. El caso Wilkes representa la irrupción con fuerza de las tendencias más radicales; Wilkes era un diputado que había criticado abiertamente la institución parlamentaria y el sistema electoral imperante, por lo que fue expulsado primero de la Cámara y después de la ciudad de Londres; así comienza la protesta social mediante manifestaciones y reuniones por todo el país: se denuncia la corrupción electoral, se piden períodos parlamentarios más breves, se exige la representación efectiva de la sociedad en las instituciones, se elevan reivindicaciones de todo tipo de reformas, etc., poniendo en vilo a los poderes establecidos, que contestan con medidas de fuerza como detenciones indiscriminadas y cierre de los periódicos.
El envío de un memorándum al rey, donde se marginaba a la reina, provocó la ira de Jorge III que prescinde de él y coloca en su lugar al marqués de Rockingham (1765). Su permanencia fue muy breve, pues aunque su carisma era grande como jefe de la facción más liberal y menos corrompida de los whigs, al intentar derogar algunos gravámenes coloniales, entre ellos la controvertida Stamp Act, la burguesía le acusó de falta de firmeza, lo que provocó su dimisión, al declararse impotente para hallar una solución duradera en este campo, mientras la agitación se extendía a un gran número de poblaciones.
En esta tesitura, el nombramiento de Pitt (1766-1768) cuando era un anciano enfermo, significa el intento de hallar una alternativa a la crisis, pero no dio resultados. Aunque Pitt, como los whigs, era partidario de rebajar los impuestos a los colonos, no ponía en duda el legítimo poder del Parlamento para aprobar gravámenes en esos territorios. Ahora se abre una verdadera batalla jurídica entre metrópoli y colonias que ponen en cuestión el funcionamiento del sistema colonial. Las medidas del ministro, aumentando de nuevo los gravámenes sobre multitud de mercancías, los intentos de recortar el poder personal del monarca en aras de la institución parlamentaria, su impotencia para acabar con la corrupción generalizada, coincidiendo con malas cosechas y una aguda crisis financiera (1768), le hacen perder credibilidad, abriéndose una nueva crisis de gobierno.
El rey, decidido a ampliar sus prerrogativas, apela a un tory, lord North (1770-1782) para formar Gobierno; en adelante, las reuniones del gabinete serán suprimidas y el monarca gobierna casi en solitario, dando paso a la fase más autoritaria de su reinado, con el apoyo del partido de los Amigos del rey, la Iglesia anglicana, el movimiento metodista y la nobleza. Esta larga década se verá convulsionada por varios hechos: en primer lugar, al descontento existente entre el campesinado irlandés ante las arbitrariedades y abusos de los propietarios ingleses se suma ahora la imposición de nuevos gravámenes, justamente cuando la industria local textil se debatía en una aguda crisis; los irlandeses se movilizan llegando a abolir el Bill of Test en la isla y declaran la autonomía del Parlamento dublinés, lo que significa un desafío a las autoridades. En segundo lugar, los intentos del Gobierno de suavizar la legislación anticatólica provocan la protesta en el Parlamento de los más recalcitrantes, desencadenando, en junio de 1780, una verdadera rebelión en Londres, con asaltos a iglesias católicas, persecuciones a familias de ese credo, delitos y violencia por doquier. Los sublevados manifiestan su hostilidad a los papistas, pero luego pasan a defender la autoridad del Parlamento sobre cualquier otra institución, y las propias masas, con reivindicaciones puramente sociales, critican la propiedad y el poder de los burgueses. La radicalidad social provoca una gran represión, con un saldo de varios centenares de muertos, encarcelamientos y ejecuciones ejemplares. Las profundas transformaciones del aparato productivo mostraban sus primeras fisuras en el campo social. En tercer lugar, el enfrentamiento de los colonos que llevó a éstos a declarar su independencia (1776) y después a enfrentarse abiertamente a la antigua metrópoli; el fantasma de la guerra se hace realidad provocando una moción de censura parlamentaria contra el Gobierno de North, que se ve obligado a su dimisión colectiva. Aterrado, el rey tiene que ceder, dando paso a un nuevo ministerio whig que ante todo perseguirá la disminución de las prerrogativas reales y el reforzamiento del Parlamento.
Shelburne (1782) inicia las conversaciones con los rebeldes, pero será el joven Pitt (1783-1801) quien acabará con el problema poco después. El hijo de lord Chatham, William Pitt, había descollado en los medios políticos y financieros de la city como un brillante abogado, enriquecido en los negocios y que había obtenido un escaño parlamentario siendo muy joven; muy pronto se forjó una fama de incorruptible y honesto, consiguiendo el apoyo de importantes grupos sociales, como financieros, terratenientes y burguesía colonial, creando un nuevo partido de ideología tory renovada, más liberal, flexible y tolerante. Con la estabilidad lograda por el nuevo grupo y su líder, Jorge III renunció a su gobierno personal y de nuevo el Parlamento recupera su protagonismo. Aunque al principio aquél no vio con buenos ojos la designación de Pitt, éste contestó con un golpe de fuerza, anticipando su estilo de gobernar: disuelve la Cámara y convoca nuevas elecciones para marzo de 1784, en las que obtiene una mayoría aplastante. Paralelamente entabló negociaciones con los colonos americanos, que culminan con el Tratado de Versalles (septiembre de 1783). Los cuatro acuerdos suscritos representan el primer retroceso a la primacía británica, pues no sólo hubo de renunciar a las colonias americanas, concediéndoles la independencia, sino que ante los demás enemigos también tuvo que hacer concesiones; a Francia le devolvería sus establecimientos en Senegal, algunas islas antillanas -Tobago y Santa Lucía- y sus factorías de la India, al tiempo que le prorrogaba sus derechos de pesca en Terranova y le permitía la fortificación de Dunquerque. A España le devolvería Florida y la isla de Menorca; con Holanda únicamente se estipuló la mutua restitución de las plazas ocupadas en el curso de la guerra. Por último, los legitimistas americanos serían respetados, favoreciéndose su instalación en North Scotland y North Brunswick.
Conseguida la paz, Pitt pudo volcarse sobre la cuestión irlandesa, territorio problemático al ser tratado como zona anexionada militarmente. Las tensiones y protestas, frecuentes desde los años setenta, habían llegado a su culminación durante la guerra de independencia americana, al temerse un acuerdo franco-irlandés; poco antes, en 1779, había realizado un boicot a las mercancías inglesas. La solución adoptada por Pitt fue conceder plena independencia al Parlamento irlandés en materia legislativa pero no le pudo dar satisfacción en otras cuestiones sumamente problemáticas -suavizar las condiciones de los católicos o libertad de comercio-. En efecto, aunque el ministro sí hubiera estado a favor de establecer una corriente comercial recíproca entre Inglaterra e Irlanda, los comerciantes de Lancashire y Yorkshire se opusieron tenazmente, temiendo los efectos de la competencia. Un año más tarde dicta el Bill of India (1784), acabando así con un sistema de anarquía y corrupción que había perjudicado enormemente los intereses de la Corona a favor de la compañía comercial. Ahora se establece que la India pasaría del control de la compañía a una comisión de gobierno de siete miembros, nombrados por el Parlamento y no revocables por la Corona, lo que asestaba un tremendo golpe al poder de aquélla; aunque el proyecto fue aprobado por los Comunes, los lores se opusieron a él y no pudo llevarse a la práctica como Pitt había deseado.
Siguiendo esta línea reformista, intentó en 1785 una pequeña reforma electoral para adaptar el antiguo esquema de circunscripciones a la nueva situación y actualizar el sistema de representación. En materia económica demostró un gran pragmatismo: ante todo acabar con la ingente deuda pública a causa de la guerra y hacer descansar el sistema fiscal en impuestos sobre el consumo. No hay demasiadas innovaciones en este campo, acudiéndose a las medidas tradicionales: reducción de los cargos públicos y supresión de prebendas, elevación de las tarifas aduaneras, progresiva sustitución del metal por el papel moneda para agilizar las transacciones y recurso frecuente al Fondo de Amortización. Con estas medidas se favorece el creciente proceso de concentración de la manufactura, de la especialización agrícola y el desarrollo del comercio interior y exterior. La etapa 1784-1793 contempla una enorme prosperidad general, que permite nuevas transformaciones en su aparato productivo, el más avanzado de la época. La defensa a ultranza de la propiedad hizo que se adoptara la primera legislación laboral de la época: pena de muerte castigando el antimaquinismo, y leyes de pobres (1772) ante la gran masa de menesterosos y desempleados.
En 1788, Jorge III perdió la razón, creándose un Consejo de Regencia presidido por su hijo el príncipe de Gales. Un año más tarde estalla la revolución en Francia y aunque al principio los británicos, especialmente whigs, simpatizan con sus ideas, la ejecución de Luis XVI sirvió de contrapunto, y Pitt se pondrá a la cabeza de las coaliciones contrarrevolucionarias surgidas en Europa, demostrando de nuevo su talla de hombre de Estado, incluso en las relaciones internacionales.